15/6/09

Las siete y media: Capítulo dos

Un niño pelirrojo con la cara llena de pecas estaba aquella mañana junto a la puerta de la comisaría canturreando: “¡Extra, extra!”. Vestía un peto vaquero, camisa a cuadros y una gorra ancha. “Ha habido un asesinato esta noche en Candillac”.

Los señores Gottfried, Erns y Robert quisieron una copia del Páginas pasadas, el periódico más importante de la ciudad. El comisario se mantuvo al margen, en comisaría tenían muchos ejemplares ya.

Comprados ya los periódicos y esperado el tiempo necesario a que llegaran los tres, -exclamó McLöwitz- me veo en la obligación de encauzar la reunión para la que les he convocado. ¿Se conocen entre sí?

-No.

-No. Nunca les he visto. -dijo Gottfried mientras sacaba una pitillera de oro de su bolsillo.

-Yo tampoco les he visto nunca… perdone, ¿podría darme un cigarro? –añadió Ernst.

-Sí, claro, hombre. Toma uno. ¿Alguien más quiere?

Robert cogió también uno; el comisario por su parte miró la pitillera con desprecio y sacó él su propio cigarrilo.

-Como antes les avisé, su amigo Friedrich Engels ha sido asesinado. Se calcula que la tragedia sucedió en torno a las siete y media o las ocho de esta misma mañana. Algunos de mis hombres y yo mismo estuvimos pateando todo el lugar y hemos rastreado toda la información personal posible sobre él. Hemos mirado en su teléfono móvil y las tres últimas llamadas que hizo fueron a ustedes tres. A partir de esto, hemos buscado su relación con la víctima y hace un rato descubrí un detalle muy curioso. Han participado los cuatro juntos en la quiniela y han ganado.

-¿Hemos ganado? No sé cómo combinar la alegría con el llanto. De todas maneras, esto es muy extraño. Me traen a comisaría, me presentan a dos amigos de mi amigo, con los cuales hemos ganado millones con la quiniela aunque no haya visto en mi vida, me dicen que mi colega está muerto y… ¿con lo último nos estaba tachando de sospechosos? –se precipitó Robert.

-Mire, yo tampoco sé cómo debería de combinar el llanto con la alegría, pero tiene razón con eso de que se les tache de sospechosos. –ironizó McLöwitz.

-¿Pero qué hay de las llamadas? Eran como pedir ayuda, ¿no?

-¿Y por qué debería pedirle precisamente a ustedes la ayuda y no a la policía?

Los tres sospechosos se quedaron sin respuesta.

-No se pongan nerviosos, probablemente ninguno de los tres haya sido el asesino pero comprendan mi postura como comisario: un hombre tiene un boleto valorado en dios sabe cuántos millones y la siguiente vez que se le ve tiene una bala en la cabeza, otra en el estómago y varias alrededor del cadáver (muestra de la falta de experiencia del asesino). Ahora después me gustaría hablar uno por uno, pero antes… ¿podrían enseñarme sus boletos de la quiniela?

La expresión de los tres sospechosos al echar mano del billete fue la misma; era una mezcla de sorpresa, miedo y angustia. La causa era que en vez del boleto, cada uno tenía una carta de la baraja española. Gottfried tenía el as de oros, Ernst el seis de copas y Robert el rey de espadas.

Las cartas, según el juego, sumaban las siete y media. La hora a la que la víctima había llamado a sus amigos y, probablemente, el momento de su muerte.

2 comentarios:

  1. qué cosas, eh?? un dia tienes amigos y al dia siguiente se han muerto, tienes boletos premiados y luego resulta q son cartas...ay q ver...:P

    continúa! me encantan los asesinos con mentes maquiavélicas mmm xD

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  2. jajjaja javi...me das miedito..pero me está gustando!!

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